Turbinas de viento y cooperativismo

Cuando leí estos artículos en La Jornada y The Guardian, acerca de los engaños a campesinos y abismos legales que persisten en el desarrollo de parques eólicos en Oaxaca, lo primero que vino a mi cabeza es que en México las cosas siempre están de cabeza.

La tradicional cultura de imposición y abuso de poder,  la falta de solidaridad, de transparencia y de democracia reinan en el país y hasta la mentalidad colonialista no desaparece. Pero siempre hay posibilidad de lograr cambios basados en gente empoderada (informada)  y vaya que hay ejemplos.

Muchos piensan que los únicos que tienen el poder para  implementar tecnologías de energía renovable son las empresas y los gobiernos, y solo esperan pasivamente a que “alguien” lo haga. Como siempre, si quieres cambios, los tienes que hacer tú mismo. Eso es exactamente lo que hizo la sociedad civil danesa en los años setenta. Durante la crisis petrolera en los 70’s, la crísis pegó tan drásticamente en Dinamarca que la misma gente tomó cartas en el asunto. Este movimiento fue tan radical, que cambió el rumbo de la generación de energía y su relación con la gente común en todo el planeta.

¿Te imaginas construir tu propia turbina de energía eólica, conectarla a la red eléctrica y que en vez de que el medidor vaya hacia adelante, este  fuera en reversa? ¿Te imaginas un país lleno de cooperativas de energía renovable? ¿Suena como algo que pueda pasar dentro de un futuro lejano? ¡Pues no! En Dinamarca, esto ya pasó, y pasó hace 35 años.

Christian Riisager (1930-2008) un carpintero danés, como muchos otros europeos, sufrieron los impactos de la crisis energética de los 70, pero Riisager no se quedó con los brazos cruzados y decidió hacer algo al respecto. Tomando como inspiración  los diseños de De la Cour, un científico danés que a principios del siglo XX logró diseñar un muy exitoso modelo de turbina eólica,  Riisager construyó  el primer prototipo de lo que ahora conocemos como el diseño danés de  turbinas eólicas.

En 1975 terminó de construir su turbina de 7 kW y una vez instalada, la conectó  a la red eléctrica logrando que el medidor fuese en reversa. Como consecuencia,  cuando el viento soplaba fuerte y la turbina generaba más electricidad que la que Riisager necesitaba, la empresa estatal de electricidad le tenía que pagar a él por el flujo adicional de electricidad que incorporaba a la red.

En 1978 ya existían más de 30 turbinas de este tipo por toda Dinamarca, debido en parte, a la extensa cultura cooperativista que existe en este país, donde compartir información, el involucramiento ciudadano en proyectos locales y la obsesión danesa a la planeación fueron elementos fundamentales para llevar a cabo esta “revolución” renovable. Eventualmente, su diseño se convirtió en la turbina estándar de 3 aspas que  conocemos. Hoy, la energía eólica proporciona más del 20% de la electricidad en este país y hasta el 100% en el noreste de la península (Jutlandia); esto incluso provoca problemas de “exceso” de electricidad, un tema digno de tratarse en un artículo futuro.

Cooperativas al aire

Dinamarca tiene una larga tradición de cooperativismo, por ejemplo, desde el siglo XIV el campesinado danés ya estaba organizado en cooperativas. A mediados del siglo XIX, se crearon  cooperativas de lácteos, que sin entrar en detalles,  mejoraron la situación en el campo danés. También existieron cooperativas de herreros, que en conjunto con campesinos, lograron cooperar para abrir las bien conocidas escuelas para campesinos o mejor conocidas como las “escuelas del pueblo”.

Con este historial y a partir de la crisis energética durante principios de los años setenta, para los agricultores daneses fue de lo más natural formar cooperativas, donde el negocio fuera la energía, en este caso, la energía proveniente del viento. Con el diseño de Riisager, todo estaba listo para comenzar a hacer negocio y la primera cooperativa se creó en 1980 con aproximadamente 50 socios.

Una vez que la gente comenzó a organizarse y hasta conectarse ilegalmente, el gobierno se vio obligado a regularizar la situación. Junto con el movimiento cooperativista eólico, la sociedad civil organizó  una fuerte oposición contra la energía nuclear. Tanta fue la oposición contra la energía nuclear, que el mismo gobierno se vio obligado a cambiar su política energética y a considerar a la energía eólica como una fuente viable. Lo que sucedió fue que el gobierno comenzó a ofrecer una exención de impuestos para promover la inversión en turbinas eólicas. Las cooperativas lograron en el 2001 implementar casi el 85% de las turbinas de viento, con más de 100,000 familias involucradas y miles de “bonos de viento” invertidos.

Desgraciadamente, a partir del 2001, una serie de políticas implementadas por el gobierno de derecha obstaculizó la instalación de nuevas turbinas y frenó el movimiento cooperativista, aunado a las nuevas  políticas económicas de apertura del mercado de la energía en toda Europa. Pero el nuevo gobierno de coalición socialista se encuentra actualmente formulando nuevas políticas para impulsar nuevamente la instalación de turbinas eólicas, específicamente turbinas de viento en alta mar  y así lograr sus objetivos de 50% de energía eléctrica eólica para el 2020.

¿Se imaginan lo que la implementación de un movimiento cooperativista eólico significaría para México y América Latina? La pobreza energética en nuestro continente y la necesidad de implementar energías renovables dan cabida a oportunidades que pueden cambiar el rumbo de la región. Claro, para esto se requeriría de una reforma de raíz a la política energética de nuestros países, pero los daneses lo lograron organizándose como sociedad civil, obligando a las autoridades a reformar. Existen muchas formas, y el modelo cooperativista danés con respecto a la energía eólica es un ejemplo que puede servir de inspiración, ya que nos ha dado a todos la posibilidad de tener una alternativa energética a escala global. En otras palabras, la gente común y corriente organizada, no solamente es la responsable de haber diseñado la turbina moderna de viento, sino además, fueron los que dieron los primeros pasos para implementar esta tecnología en todo un país.

Los malos ejemplos, como el proyecto de Demex en el Istmo de Tehuantepec, no deben de ser la regla en México y no deben de desanimarnos. Las energías renovables pueden ser una manera para fortalecer a las comunidades marginadas, proporcionando capacitación, educación y empleo, y no la marginación y represión como en el caso de Oaxaca.

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Carlos García-Robles

Licenciado en Relaciones Internacionales por la UNAM y Maestro en Planeación Ambiental por la Universidad de Roskilde en Dinamarca. Fue coordinador nacional de GYAN México, es actualmente coordinador de diversos proyectos en Amigos de la Tierra Dinamarca e imparte clases sobre energías renovables y sustentabilidad en Dinamarca. Además es guitarrista en varias bandas de heavy metal. Carlos escribe principalmente en la columna Desde el Frente de Reconecta.

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