Sexo: ¿la próxima industria ética?

A pesar de que pocos sectores compiten con la importancia económica global del sexo, los profesionales de la sustentabilidad han dejado completamente de lado esta industria. ¿No es una gran pérdida?

Charlotte cierra la puerta gentilmente y pasa al cuarto adyacente donde sus colegas ríen mientras toman una taza de té. Ella toma su teléfono y revisa su cuenta. Todos los tabuladores están en verde: ganancias altas, riesgos de salud bajos, horas de trabajo razonables, huella de carbono pequeña, buenos comentarios de los clientes… Lo único que falta es calificar su propio bienestar. Piensa en los baños, masajes, abrazos y caricias que ha dado esa semana; las expresiones serenas y dulces destacan sobre los ceños fruncidos y se da una palmada discreta en la espalda: es trabajadora y eso la hace sentir bien.

 

Esto no tiene nada que ver con la visión que tiene la mayoría de la gente respecto al trabajo sexual. De acuerdo a las historias más comunes, es la industria quien no se atreve a hacerse notar, consignada a calles oscuras y zonas sórdidas; poco regulada, siempre criminalizada. Las mujeres con poco dinero y baja autoestima se minimizan bajo el estigma.  Sus clientes son agresivos y abusivos, ellas están desesperadas por huir. Cualquier trabajo sería mejor, ¿no?

Desde luego que hay un lado feo de la industria del sexo. Explotación y tráfico son una parte pero hay evidencias que sugieren un poco lo contrario. “Ocurren historias horrorosas”, dice Catherine Stephens de la Unión Internacional de Trabajadores Sexuales, “pero estas son una minoría. Algunas personas toman una posición ideológica muy fuerte sobre esto, viendo a toda la prostitución como violencia contra la mujer. La implicación es que el consentimiento del trabajador sexual es fundamentalmente inválido”.

Las evidencias más recientes, en el Reino Unido, desafían la visión de que los burdeles están llenos de mujeres traficadas que viven con miedo. Un estudio realizado en 2009 por el Centro para el Tráfico de Personas del Reino Unido encontró que en las redadas de la policía en burdeles, departamentos y casas de masajes no se halló un solo caso de prostitución forzada. Stephens opina que no solo es impreciso sugerir que la mayoría de las trabajadoras sexuales no escogen su profesión, también es condescendiente. “Ni tener sexo ni recibir un pago es inherentemente peligroso o degradante”.

Según el estereotipo, los hombres que pagan por sexo tienen un delirio de poder. Pero en la amplia mayoría de los casos, dice Belinda Brooks-Gordon (Profesora en Psicología y Política Social en Birkbeck College y autora de El precio del sexo: prostitución, políticas y sociedad), la realidad es muy diferente. Ella afirma que “el respeto mutuo es parte de la atracción…las trabajadoras sexuales (de hecho) se aburren por las constantes interrogantes de los clientes sobre su bienestar”.

Mientras tanto, el humor del público en general parece estar cambiando. Una encuesta reciente de la BBC en el Reino Unido encontró que el 71% está a favor de una mayor aceptación social de la prostitución.

Los individuos que venden sexo a otros son, por supuesto, una pequeña parte de la industria del sexo. Lejos de ser algo oculto o tabú, muchos aspectos son legales e incluso glorificados, piensa en cortesanas de gran clase o bellísima lencería. Es una industria transectorial que vale miles de millones de pesos y varía de entretenimiento en vivo, pornografía, productos farmacéuticos, ropa y accesorios. Tal y como lo recuerda el trillado dicho “es la profesión más antigua”, ha estado aquí siempre.

Ha probado ser casi imposible regular su existencia, aunque esto no nos ha detenido para intentarlo. Las leyes que prohíben la venta de sexo llenan los códigos de casi todos los países en todos los tiempos. Han existido esfuerzos incontables por mantener lo erótico fuera de nuestra vista, desde el Index Librorum Prohibitorum del Vaticano hasta la persecución de editoriales por publicar el libro del Amante de Lady Chatterley en 1960 o la clasificación X en las películas con contenido sexual explícito.

“¿Existe realmente una diferencia moral fundamental entre pagar por comida en un restaurante y pagar por sexo (vendido libremente)?”

En la actualidad, internet hace que cualquier intento por restringir quién ve algo sea absurdo. El número de personas con acceso a pornografía se ha disparado. Irónicamente, la industria de la pornografía ha adoptado toda una serie de innovaciones que son parte de la vida diaria del uso de internet como sistemas de pago en línea, cuartos de chat y transmisión en video. Una búsqueda rápida en Google elimina por completo la necesidad de viajes vergonzosos a la farmacia, sex shop o a una zona roja. Comprar sexo es más fácil que nunca. La demanda se mantiene tenazmente, a pesar de los mejores esfuerzos educativos desde religiosos fundamentalistas hasta activistas feministas.

Los intentos por regularla, como burdeles con licencia y zonas de tolerancia, han probado ser cuando menos incompletos. El marco regulatorio más efectivo, dice Stephens, es el de Nueva Zelanda, precisamente porque es extremadamente suave. Pero, como ya sabemos, la regulación no es la única forma de hacer mejores las cosas. La responsabilidad corporativa está basada en que los negocios no necesitan leyes para mantenerse bien portados. En general, quieren cadenas de suministros sustentables y un impacto social y ambiental mínimo porque eso tiene sentido en los negocios y es lo que sus clientes quieren.

En años recientes hemos visto grandes mejoras en la forma en la que consumimos alimentos, moda y viajes, en parte gracias a un compromiso positivo de los profesionales de la sustentabilidad. Sin embargo, como lo dice Solitaire Townsend, presidenta de la consultoría en comunicaciones de sustentabilidad Futerra: “siempre que la gente habla de sexo, parece que se les olvida todo lo que saben de sustentabilidad”.

Es un tema abordado también por Sally Uren, subdirectora de Forum of the Future. “Incluso algunos sectores desagradables, como el tabaco y el armamento, han sido tratados bajo la lupa de la responsabilidad social empresarial”, dice ella, “pero la industria del sexo se ha escapado del radar de la sustentabilidad. Si las armas y el tabaco matan y podemos tener balas sustentables, ¡¿seguro puede existir el sexo sustentable?!” ¿Entonces por qué no está ahí? ¿Es porque estamos apenados por ello o incluso avergonzados? ¿Es porque sentimos que no hay nada que aportar? Quizá sea más probable que se nos dificulta imaginar cómo se vería una industria del sexo sustentable o quizá nunca lo hemos intentado. Vamos a darle una oportunidad.

¿Te sientes como viendo la más reciente película porno con certificación de comercio justo? Los actores disfrutan una buena paga, seguro médico y pensión. La huella de carbono de la iluminación del set y los viajes son neutralizados a través de una inversión en estufas limpias y eficientes que se venden a precios razonables a mujeres en el África rural.

¿Tal vez prefieras ver table-dancing ético? Puedes estar seguro de que las artistas quieren hacerlo y están bien pagadas: está certificado por Cuidado y Consentimiento, el cuerpo de certificación internacional sobre sexo ético con gran reputación. Das una propina generosa, sabiendo que el 50% de las ganancias son destinadas al centro comunitario local para la mujer.

Mejor aún, optas por una velada con tu ser querido. Ya tienes todo lo que necesitas: condones hechos de látex natural sustentable proveniente de Brasil, juguetes sexuales hechos a mano con madera certificada por el FSC, pintura para el cuerpo hecha a base de chocolate oscuro de comercio justo (70% sólidos de cacao, 100% deseo).

¿Tentado? No estás solo. La investigación de Brooks-Gordon la ha convencido de que hay una enorme demanda latente de una industria ética del sexo. No solo la mayoría de los clientes quiere sentirse deseado, opina ella; muchos se tranquilizarían al saber que las trabajadoras sexuales de su película porno favorita, del escenario de un bar o de la agencia de acompañamiento están ahí por consentimiento, con una buena paga y tiene acceso a servicios que promueven su salud. Potencialmente, opina, esto ofrece un modelo de trabajo muy progresista: “autoempleo, horario de trabajo flexible, opción para trabajar desde casa. ¿Qué más querrías?” Si estás buscando una visión de un trabajo realmente sustentable, el sexo no es un mal lugar para comenzar.

De pronto todo empieza a sonar muy obvio. Ya tenemos comida orgánica, transporte bajo en carbono, ropa ética y energía renovable. ¿Por qué no aplicar la misma lógica a todas las necesidades y deseos humanos básicos? ¿Existe realmente una diferencia moral fundamental entre pagar por comida en un restaurante y pagar por sexo (vendido libremente)?

Si somos realmente honestos, todos estamos pagando por sexo. Tomemos como ejemplo la publicidad. Está la mujer en el espectacular con yogurt cremoso escurriendo de su lengua; el auto clásico con la modelo de 1950, mucho lápiz labial y escote; el hombre frotando gel espumoso sobre sus músculos en la regadera… “La publicidad promueve constantemente a la industria del sexo” dice Sam Roddick, fundador de la tienda de lujo londinense, Coco de Mer. “Pero es la única industria en la que nos olvidamos por completo de nuestros estándares. Me gustaría ver gente vendiendo sexo en un nivel más genuino en lugar de usarlo para vender otra cosa.

Por supuesto, involucrarse con este sector en particular no es tan sencillo como una asociación entre un supermercado y un fabricante de alimentos. No estoy sugiriendo que llamemos para pedir una junta con el “Director General Proxeneta”. Pero en muchas ocasiones, los mismos principios básicos aplican según Sally Uren. “Un marco de sustentabilidad permitiría una evaluación honesta de sus impactos sociales, ambientales y económicos y quizá encontrar nuevas formas para atender problemas viejos”.

Entonces, si quitamos el estigma de vender y comprar sexo, ¿cómo califica esta industria en términos de sustentabilidad? Sara Parkin, Directora y Fundadora del Forum for the Future, sugiere un análisis de “Cinco Capitales” del valor natural, social, financiero, manufacturado y humano del sexo. ¿Cómo se vería esto?

En cuanto a capital natural, el sexo es una actividad digna de admirar por ser una actividad baja en carbono e impacto. (“Probablemente más sustentable que un viaje a un museo local”, bromea Sue Miller, miembro Liberal Demócrata de la Casa de los Lores.) En el lado social, nuestro deseo de intimidad es tan grande (y la cercanía mental y física tan buena para todos) que algunos opinan que el sexo debería ser considerado como un derecho humano. Tuppy Owens, presidente de la Coalición para la Libertad Sexual, cita innumerables casos en los que gente con discapacidad se ha beneficiado de servicios sexuales, como ejemplos citó: un sobreviviente de un derrame cerebral que quedó sin habla y necesitaba compañía cercana no-verbal, un hombre cuadrapléjico que disfruta de un masaje sensual en la cabeza y un especialista tántrico.

Respecto al capital manufacturado, Parkin comenta alegremente que el calor generado puede ayudar a no encender los cobertores eléctricos. Todos los productos sexuales, como juguetes y ropa, pueden sujetarse a métodos de producción y consumo sustentable.

En términos financieros, Catherine Stephens expone que un gran beneficio de la industria del sexo es que “pone dinero en los bolsillos de las mujeres”. Puede decirse que también pone dinero en los bolsillos de muchos hombres, pero por lo menos podría canalizarse un poco a satisfacer otras necesidades. Tomemos como ejemplo la agrupación sin fines de lucro con sede en Berlín, Fuck for Forest. Vende acceso a fotos y películas eróticas hechas por fanáticos voluntarios sin paga y dona prácticamente todos los ingresos a la conservación de los bosques. Desde 2004, ha recaudado más de 180 mil euros para diversas causas, más notablemente proyectos para la protección de bosques tropicales de Ecuador y Brasil.

Cuando hablamos de capital humano, es difícil imaginar una industria que atienda una necesidad (quizá también un deseo) más universal y básica.

“Comprar el tipo correcto de porno, contrario a bajarla gratis de internet, podría ser incluso un acto de solidaridad.”

Podemos concluir que el sexo es, potencialmente, eminentemente sustentable. A pesar de esto, “los profesionales de la responsabilidad corporativa no están exactamente haciendo fila para trabajar en una de las mayores industrias del planeta”, dice Townsend. Parte del problema, reconoce ella, es que la criminalización de la prostitución organizada hace imposible  establecer los mecanismos necesarios de trazabilidad y rendición de cuentas. Pero, Townsend plantea, podríamos empezar por involucrarnos con la pornografía establecida. “Me encantaría ver la integración de un reporte ambiental por una compañía pornográfica…”

Sam Roddick está de acuerdo. “La industria pornográfica debe ser retada: es tan predecible que ni siquiera es graciosa. Le urge algo creativo. Debemos desafiar su contenido, canales de distribución y monopolios. Debemos asegurarnos que aquellos que crean nuevo contenido siguen las leyes y son rastreables. Todos necesitan límites claros y buenos para trabajar dentro de ellos”.

Este es un sector en el que los consumidores tienen más influencia sobre la cadena de suministros de lo que se dan cuenta. Siempre que la gente esté dispuesta a pagar por productos y servicios eróticos, hay un grado de responsabilidad e influencia. Los esquemas de certificación (que monitoreen todo desde el uso de condón hasta el consentimiento) son viables si la gente paga por ello. Comprar el tipo correcto de porno, contrario a bajarla gratis de internet, podría ser incluso un acto de solidaridad. El caso es muy similar al de la industria musical que vacila en adoptar un modelo online.

Mientras tanto, no solo se trata de intentar sacar lo mejor de algo malo. Es probable que la pornografía sea el vehículo más efectivo que hay para promover el sexo seguro. Anne Philpott, fundadora de la campaña de salud sexual El Proyecto del Placer, dice: tenemos que volver a hacer “sexy” a la educación sexual.

En este punto, en teoría, es cuando el gobierno entra a escena. Sam Roddick piensa que ya es tiempo para que lo haga. “Necesitamos exigir al gobierno que apoye a las trabajadoras sexuales con los mismos mecanismos que tiene cualquier industria: salud, pensiones, etc. Son cosas realmente básicas, de esta forma se legitimizaría al negocio y luego podríamos mejorarlo.”

Para Syon Khan, una escort con sede en Birmingham, es un asunto de igualdad. “Yo pago impuestos por el trabajo sexual que realizo, entonces debería tener derecho a los mismos beneficios que cualquier otro profesionista”.

Ningún político al que le interese el tema va a entrarle con prisa. Como lo menciona con pesar Sue Miller, los miembros del parlamento tienden a evitar el sexo por considerarlo un costo político. “Muy pocos parlamentarios están dispuestos siquiera a discutir el tema, no paga exactamente bien con el electorado”. Es interesante notar que hay muchas más discusiones alrededor de las drogas y eso que esto puede ser mucho más riesgoso para nuestro bienestar mental y físico que sobre el sexo seguro, además de causar muchos más problemas en la cadena de suministros.

¿Por qué es tan difícil discutir sobre la industria del sexo? ¿Por qué muchos de nosotros en el mundo de la sustentabilidad sentimos que se empañaría nuestro nombre por asociación con el tema? Algunos citan a la subordinación de las mujeres y otros a una mezcla rara del siglo XXI de lujuria y buenas costumbres. El filósofo Anthony Grayling lo rastrea hasta la obsesión judeo-cristiana de aumentar la cantidad de feligreses. “Todo lo que no resulte en reproducción es catalogado como aberrante”. La vergüenza de Onan ofrece muchas respuestas. Grayling opina que, citando a Japón como ejemplo, otras civilizaciones no comparten las mismas preocupaciones. Con seguridad, en el arte japonés podemos encontrar prostitutas presentadas con tanta dignidad como los aristócratas. El kimono de Kitagawa Utamaro oculta con belleza su sexualidad y ayudado con un abanico pintado. Ahora intenta imaginar un retrato de una prostituta elegante en acción sobre la pared de una de las majestuosas mansiones inglesas…

Sin importar las razones detrás de esto, nuestra renuencia a involucrarnos con la industria del sexo no le hace ningún favor a nadie. Si nos negamos a reconocer el valor que el sexo trae a la sociedad, el ambiente y la economía, definitivamente no tenemos nada que ofrecer para mejorarlo.

AUTOR Anna Simpson

FOTOS 1. Brina Head   2. The Trustees of the British Museum

Green Futures

Este artículo fue publicado originalmente en Green Futures, la revista de Forum for the Future que ofrece soluciones prácticas, rentables e inspiradoras para un futuro sustentable. Presentado en español por Reconecta bajo convenio con Green Futures. http://www.forumforthefuture.org/greenfutures

Top