En la actualidad, muchos estudiosos coinciden en que existe una relación directa entre el hábito de comer carne y la destrucción del ambiente.
Las cifras revelan el impacto de la ganadería convencional en la naturaleza. Se necesitan 100 litros diarios de agua para una vaca; el 90% del agua potable de lo países desarrollados se destina a la ganadería industrial. Respecto al suelo, se realiza una tala inmoderada de bosques para convertirlos en potreros (campos donde pastorea el ganado) o en tierras de cultivo de alimentos para la dieta de vacas en establos. Como ejemplo mundial, el 60% de la deforestación del Amazonas se debe a la ganadería. Actualmente, más del 50% de los granos producidos en EUA y del 40% de los producidos en el mundo entero son destinados a alimentar animales de granja. Una última cifra habla por sí sola, por cada kilogramo de proteína animal se invierten 7 kilogramos de proteína vegetal. Todo esto sin considerar otros insumos como gasolina, electricidad, mano de obra y medicamentos, entre otros. Esto nos muestra lo ineficiente y costosa que resulta la producción animal convencional.
Lo anterior puede llevarnos a concluir que el hábito de comer carne es insustentable ya que hace un uso excesivo de los recursos de la naturaleza, daña a la biodiversidad al destruir ecosistemas y desplazar especies, contamina los suelos y cuerpos de agua con sus residuos y productos químicos y afecta a las personas (principalmente en países en vías de desarrollo) al destinar buena parte de su producción agrícola para alimentar a los animales de consumo.
A estas alturas, con 6,300 millones de personas, la ganadería convencional es ya uno de los factores más nocivos para el ambiente y solo podemos imaginar lo que pasará en 10 años cuando lleguemos a (según estimaciones conservadoras) los 9,000 millones de personas. La fantasía de que podemos alimentar al planeta de carne es solo eso, una fantasía, al igual que lo es querer que todos los habitantes de la tierra adopten una dieta occidental centrada en el consumo de carne.
Por supuesto que estas consideraciones excluyen los aspectos éticos como la crueldad hacia los animales. ¿Tenemos el derecho de encarcelar, torturar y matar a otros seres? Otra cuestión ética es que nuestro plato de comida puede estar apoyando un sistema internacional injusto que destina millones de toneladas de granos para alimento del ganado, en lugar de dirigirlo a quienes mueren de hambre en el mundo. Debemos estar concientes de estos temas también y que están relacionados directamente con el consumo de carne.
Es aquí en donde la honestidad y la reflexión crítica, al ponderar los graves retos y problemas complejos relacionados con la alimentación y el bienestar animal, nos lleva a evaluar y sopesar las conexiones ente nuestros hábitos alimenticios cotidianos y el impacto, aparentemente para muchos invisible, que éstos causan fuera de nuestro ámbito personal.
La pregunta que deriva de dichas consideraciones es: ¿Qué tanto contribuyo a la crisis ecológica que vivimos y padecemos todos?
Aunque pareciera imposible en algunas zonas de nuestro país que tienen un alto consumo de carne, me parece que todos podemos modificar nuestros hábitos y reducir su consumo. Desde mi experiencia como ex-carnívoro empedernido que “decía es muy difícil, no puedo” (yo acostumbraba comer carne a diario y hasta dos veces al día) sé que todo es cuestión de voluntad y de conciencia. Al ser una persona que aprecia y respeta tanto a la naturaleza como a las demás especies y preocupada por el mundo que dejaré a las próximas generaciones, puedo decir que ha valido la pena el modificar mis hábitos y cambiar hacia el vegetarianismo y luego hacia una dieta vegana (libre de todo producto que contenga animales). Considero que la cuestión está en animarse a intentar modificar nuestra dieta y en dejar que poco a poco este proceso nos lleve al descubrimiento de que no necesitamos tanto de la carne como creemos. Te invito a que le des una oportunidad al vegetarianismo y a que te unas a esta nueva revolución sin sangre; en estos tiempos de escasez de recursos y calentamiento global, el cambio empieza en tu plato.
Autor: Gerardo Tristán
Este artículo fue publicado originalmente en Reconecta 03 (verano 09).