Agosto 10, 2010. Sentado frente a mi computadora miro a mi alrrededor. No hay un sólo objeto, incluida mi casa, que no esté directamente ligado con el derrame de petróleo de la Deepwater Horizon.
El plástico de mis cosas, la electricidad que ilumina mi monitor y le da voz a Kruder & Dorfmeister a través de mis bocinas también petróleo-derivadas, la preparación de mi café (y la gasolina usada en ir a comprarlo con mi productor local y de Comercio Justo aquí en Coatepec). Todo, absolutamente todo lo que me rodea en cada momento de mi vida fue hecho, transportado, modificado o de alguna otra manera está íntimamente interrelacionado y es tocado por el petróleo.
Pienso en cómo esta sustancia y demás combustibles fósiles son energías sucias, es decir, que al extraer energía de ellos generan productos secundarios que enferman al planeta contaminando las aguas y la tierra y propiciando el calentamiento global. Esto sin contar con eventos como los recientes derrames en el Golfo de México y el Mar Amarillo, que sin lugar a dudas aumentan exponencialmente el peligro de la integraidad de la red biótica planearia.
Este pensamiento le da a mi realidad una sensación de suciedad, de mala onda. Como que todo lo que me rodea está contaminado y me hace daño. Y sin embargo diariamente uso mis cosas, prendo la compu, salgo en el coche, compro cosas, utilizo electricidad proveniente de fuentes no renovables, etc. Pienso en cómo la humanidad hoy en día somos total y absolutamente adictos y dependientes al petróleo… y me aterra.
Me aterra pensar que como un adicto, aún sabiendo que vivir así me hace realmente mal, no puedo parar. Me aterra aun más pensar colectivamente, pues es reconocido por la psicología social que es todavía más dificil controlar una adicción colectiva. Una adicción no sólamente socialmente aceptada sino constantemente alentada por los medios de comunicación y (peor aún) por el status quo que motiva nuestros deseos más profundos e inconscientes. Pues una adicción a un nivel tan inconsciente y primario de nuestra realidad (individual y colectiva) es realmente dificil de tratar y de trascender.
Lo bueno es que poco a poco pienso que yo sólo no tengo el poder para cambiar esto; pienso que es algo tan grande y tan prevalente en nuestra psique que es casi imposible de lograr, y que yo no tengo esa responsabilidad. Pienso que a fin de cuentas el derrame de la Deepwater Horizon no me afecta tanto, pues está lejos de donde vivo. Además, tengo muchas cosas muy importantes que hacer y seguramente hay gente directamente involucrada que está haciendo todo lo posible por remediar la situación. Incluso, seguramente British Petroleum tiene planes de riesgo probados y eficaces para este tipo de contingencias.
Más aún, iluso pensar en abandonar mi estilo de vida. Es algo demasiado radical. Es más, por qué he de hacerlo cuando todo el mundo está en lo mismo. Qué más me da si mi comida viene de otro país y todas mis cosas están made in China. Pienso que la responsabilidad de cuidar nuestros océanos, de monitorear, controlar y reducir nuestra huella ecológica está en manos de nuestros gobernantes y no en las mías. Y así, poco a poco me enfoco en mis cosas, en las decenas de asuntos pendientes que cotidianamente llenan mi tiempo y ocupan mi mente. Permito que la responsabilidad social y ambiental se diluya entre pendientes. Uso la electricidad, hablo por teléfono, recibo y mando mails desde mi compu y mi iphone. Me baño, me visto, me hago mi cafecito. Tic-tac, tic-tac, tic-tac….
AUTOR Damián Orvañanos